La mal llamada 'viveza criolla': estilo de vida del venezolano
tomado del Diario PANORAMA La mal llamada 'viveza criolla': estilo de vida del venezolano
Juan Esteban se quedó sin empleo con tres muchachos que alimentar. El hombre dentro de su desesperación puso a trabajar su creatividad e hizo un “San de tetas”, el cual consiste en la rutina de un ‘san’ normal, con la única diferencia que, al número que le toque debe estar en pabellón a eso de las nueve de la mañana, para que 400cc de silicona le llenen el ego a la del san, y a Juan los bolsillos.
La viveza consiste en no dejarse sabanear de nadie, sin mucho protocolo al que te viene a chalequear lo despachan rapidito. Aquí se venden hasta bombillos quemados, chivas de cauchos como si fueran nuevas, aquí le soplan el bistec y le pedalean la bicicleta al más pintao sin que se dé cuenta y si se da, lo pasan por las armas también. La actitud es mostrar cara de sobrao, como si acabaras de comprar un pasaje a París al precio justo, lo otro es medir la capacidad de respuestas del interlocutor, si es lento... buenas noches, se le puede quitar hasta la cédula de un solo viaje.
Somos únicos. La frase preferida de la gran mayoría es “a mí que no me den, que me pongan donde haya”, y en ese ir y venir de los días, las cosas han ido empeorando.
Las condiciones sociales van fluctuando y en detrimento, mientras unos les sacan punta a una bola de billar, los otros se comen un cable, prueba de ello es Altagracia y su hermano, al que llaman el “Motilón”, este último trabaja en eso de ‘raspar’ y su hermana, en una dependencia del Estado durante los últimos 18 años. Ella aún vive arrimada en la casa de la mamá de su esposo, mientras su hermano conduce un Mercedes del año, jamás estudió y eso de trabajar por un quince y último nunca le pareció. Su hermana, en cambio, se quemó las pestañas en la universidad y perdió la cuenta de cuántas muestras de sangre ha tomado y, sin embargo; no ha podido comprarse un carro, y menos, una casa.
Las condiciones sociales van fluctuando y en detrimento, mientras unos les sacan punta a una bola de billar, los otros se comen un cable, prueba de ello es Altagracia y su hermano, al que llaman el “Motilón”, este último trabaja en eso de ‘raspar’ y su hermana, en una dependencia del Estado durante los últimos 18 años. Ella aún vive arrimada en la casa de la mamá de su esposo, mientras su hermano conduce un Mercedes del año, jamás estudió y eso de trabajar por un quince y último nunca le pareció. Su hermana, en cambio, se quemó las pestañas en la universidad y perdió la cuenta de cuántas muestras de sangre ha tomado y, sin embargo; no ha podido comprarse un carro, y menos, una casa.
“Aquí el vivo corona, no hay muchas oportunidades para el que vive en el lado justo de las cosas. Ya uno no puede ni dejar el carro en el taller, porque si no le cambian las piezas, te lo ‘arañan’ para que se vuelva a dañar. La solidaridad consiste en: primero yo, después yo, y después también yo”.
La posibilidad del éxito no está signada por las dificultades, sino por: a quién te arrimes. No hay nada establecido en el orden de los requisitos, hay quienes jamás han calentado un pupitre y tienen hasta la foto de un rector entregándole el título. Ojo, y no es por el título, sino porque no es justo escuchar tantos timbres y pasar suplicios en la academia, para que alguien que no lo haya hecho tenga ventajas a punta de palanca.
La posibilidad del éxito no está signada por las dificultades, sino por: a quién te arrimes. No hay nada establecido en el orden de los requisitos, hay quienes jamás han calentado un pupitre y tienen hasta la foto de un rector entregándole el título. Ojo, y no es por el título, sino porque no es justo escuchar tantos timbres y pasar suplicios en la academia, para que alguien que no lo haya hecho tenga ventajas a punta de palanca.
Para el sociólogo, Miguel Ángel Sarmiento, “la mal llamada ‘viveza criolla’ es un mal patológico de orden social, su estructura está fijada, saltarse la cerca, tomar atajos y pasar por encima del prójimo. Desde tiempos ancestrales hemos estado sometidos a este flagelo, llamado pleonexia, que no solo está avalado y constituido, sino que, además, es aplaudido. Se trata de una cultura individualista en la cual cada quien hace sus cálculos de lo que le importa y de cómo puede sacar provecho a los demás o de los acontecimientos.
Se dice que existe una especie de justicia popular colectiva, en la cual la población no cumple, porque el que gobierna tampoco lo hace. Pero nadie dice nada, en medio de esta hipocresía generalizada, cada quien hace lo que se le da la gana sin ningún tipo de compromiso social para construir un país. Indagando en ese aspecto de la vida pública venezolana nos encontramos que desde el “acátese pero no se cumpla”, desde tiempos de la colonia hasta nuestros días, estamos sometidos a un desorden social donde el más vivo es quién se lleva la mejor parte, no quien más lucha y más trabaja”.
Existe un laberinto muy amplio para poder determinar el éxito, en un país donde hacerte la “vuelta” es muy fácil y sacar la cédula es un suplicio. Aquí se cobra el alquiler, la comisión y el mes de adelanto, los tres meses de depósito, y no se le permite al inquilino ni llevar a su novia a la pieza. El contrabando y la piratería ya tienen su plataforma y una película chimba se cobra como si fuera original, un carro viejo vale más que uno nuevo o del año.
Al mejor estilo de Tío Conejo, según lo que decía el dramaturgo Jose Ignacio Cabrujas, los venezolanos hemos enquistado ese estado natural de ‘tirarnos de vivos’ y que el prójimo resuelva. La sensación está en el ambiente, y como lo relató en su momento el laureado cineasta, “es como una configuración, una vaina con la que van naciendo los venezolanos y que con el andar del tiempo, la van edificando o la desechan, desgraciadamente, la segunda, no tiene estadísticas favorables”.
No solo se violan las reglas, sino que además se celebran abiertamente sin ningún tipo de conciencia colectiva y no conforme, nos presentamos como ejemplo a seguir. Eso hemos sido. Hecho el pendejo y jugando lo mete el perro, todo nuestro discurso tiene algo de esa “viveza criolla”.
Al mejor estilo de Tío Conejo, según lo que decía el dramaturgo Jose Ignacio Cabrujas, los venezolanos hemos enquistado ese estado natural de ‘tirarnos de vivos’ y que el prójimo resuelva. La sensación está en el ambiente, y como lo relató en su momento el laureado cineasta, “es como una configuración, una vaina con la que van naciendo los venezolanos y que con el andar del tiempo, la van edificando o la desechan, desgraciadamente, la segunda, no tiene estadísticas favorables”.
No solo se violan las reglas, sino que además se celebran abiertamente sin ningún tipo de conciencia colectiva y no conforme, nos presentamos como ejemplo a seguir. Eso hemos sido. Hecho el pendejo y jugando lo mete el perro, todo nuestro discurso tiene algo de esa “viveza criolla”.
Todo cuenta, desde hacer silencio y no cantar el Himno nacional en el colegio, hasta hacerse el pendejo al momento de pagar la cuenta. Es algo instaurado en la cultura del venezolano, resumir o simplificar todo a punta de trampas, poner el ladrón para no pagar el agua y robarse la luz, no pagar el cable, bachaquear, vender los cupos, el puesto en la cola y hacerse pasar por embarazada para cobrar el cheque de la nómina, etc, etc...
En Venezuela ser vivo está en los genes. La lección es: “Si soy un ‘vivo’, mis hijos serán vivos y así sucesivamente, la cadena continuará y así se seguirán alimentando situaciones de las cuales nos quejamos a diario”.
Todo radica en la formación y el sentido común, el sentido de pertenencia y el valor que le demos a lo anterior, el resto vendrá por añadidura, así dicen los viejos (los más sabios), saben que nuestra crisis es más mental que de cualquiera otra índole, nuestra viveza debe estar dirigida a la solidaridad, al servicio comunitario y a colaborar en todo. Esa es la única salida. Pero mientras las quejas vayan dirigidas a la política y al mal manejo de las cosas, seguiremos en desventaja con nosotros mismos, seguiremos padeciendo de lo mismo y sin iniciativa para remediarlo.
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