Los Gobiernos Liberales en Latinoamerica





LIBERALISMO

Es una expresión del subjetivismo político moderno con ciertos acontecimientos o procesos de gran trascendencia histórica como lo fueron, por ejemplo, toda la larga tradición cristiana premoderna o ciertos momentos de las filosofías grecolatinas. El liberalismo es una de las más preclaras fuerzas promotoras y configurantes de la dinámica secular característica de la modernidad que se resiste a ser considerado el gran colofón histórico de los ideales de sociabilidad del cristianismo primitivo, de la polis griega o del republicanismo romano. Las huellas del amplio como complejo movimiento liberal tienen que ser rastreadas en tiempos más cercanos a los nuestros.

Particularmente en las grandes inquietudes intelectuales y políticas de los siglos XVII y XVIII gestadas en Europa, fue el amalgamamiento de dichas inquietudes lo que llevó a ese continente, como al nuestro, a definir al siglo XIX como la edad dorada del liberalismo. Como parte de la conciencia histórica de la modernidad, al liberalismo se le conoce como un amplio movimiento histórico caracterizado, en primera instancia, como una fuerza político-social y económica responsable de la destrucción tanto de prácticas tradicionales como de instituciones absolutistas. 

Por otro lado, al liberalismo ―como una de las grandes filosofías político-sociales de la modernidad― se le comprende también como un tipo de racionalidad progresista que busca su propia legitimidad al promover al cambio social demandado por una necesidad histórica. Así, la mentalidad del cambio conduce a los liberales en general a entender que el paso de una sociedad feudal absolutista a la nueva sociedad o capitalismo, era algo providencial como una teodicea elevada a necesidad histórica. Siendo el modo como dicha necesidad se cumple lo que en última instancia define y determina la forma en que se implementa y desarrolla el liberalismo en cada realidad social.

Desde que el pensamiento tanto filosófico como político social latinoamericano adoptó e hizo propios ciertos contenidos del racionalismo, de la Ilustración y de las Revoluciones francesa y norteamericana, el liberalismo latinoamericano se echó encima la tan admirable como difícil tarea de:

1) Forjar y fomentar la subjetividad individualista correspondiente a los principios y fundamentos doctrinarios del liberalismo;

2) Construir y desarrollar al Estado Nación a partir de una nueva racionalidad política; y

3) Establecer los cimientos para el desarrollo de una nueva economía que fuera capaz de superar al sistema económico formado a través de los largos siglos de dominación colonial.

Como es de suponerse, una empresa de esta envergadura era más que titánica. Pero se debe reconocer que el simple hecho de pretender ajustar estos ideales a una realidad en la cual prácticamente había que inventar todo como lo era la realidad latinoamericana en sus violentos orígenes independentistas, sólo podía ser posible gracias a una apasionada vocación libertaria que se conjugó con un desmesurado voluntarismo que caracterizó el liberal prototipo de los nuevos estados independientes. Fueron los ideales independentistas los que más contribuyeron a establecer los cimientos del proyecto liberal en Latinoamérica. Pues fueran esos ideales los que legitimaran y contribuyeran junto a la importante historiografía liberal del siglo XIX latinoamericano, a forjar la identidad de las nuevas naciones.

La implementación en Latinoamérica de ideas como prácticas liberales a lo largo de los dos últimos siglos ha sido una empresa tan complicada como llena de tensiones y contradicciones de todo tipo. Quizá con mucho la enorme dificultad, el verdadero reto que tiene que sortear el liberalismo en estas tierras, es la critica de la que reiteradamente es objeto al no saber cómo ajustar sus principios y prácticas económicas con sus fundamentos e ideales ético políticos. Como se sabe, el liberalismo tiene a la libertad y a la igualdad como sus más preciados valores. 

Lo que hasta hoy reporta la experiencia liberal latinoamericana es que esos valores, si bien indudable-mente son de gran importancia para el establecimiento de nuestras propias relaciones sociales, en la realidad no han dejado nunca de servir de fundamento a una racionalidad política que en el fondo lo que permite es sólo la justificación del poder y dominación de las elites en nuestras respectivas sociedades. De ahí que no sea casual que ya desde el siglo pasado el liberalismo en Latinoamérica se haya concebido no como esa edad dorada a la que nos referíamos anteriormente, sino como una época de hierro, como la edad de las oligarquías liberales latinoamericanas. 

Será la lógica del poder que impusieron e imponen dichas oligarquías lo que las llevará a contradecir en la práctica a la quinta esencia, a la columna vertebral de la doctrina liberal, esto es, al individualismo; pero sobre todo será lo que las llevará a preferir a la fuerza y no a la democracia. Por otro lado, el liberalismo concebido como motor del progreso humano dará pie a la existencia tanto de un radicalismo pragmático como de un romanticismo que verá a través de los intensos como dinámicos procesos de transformación urbana, la principal negación de nuestra identidad. De una identidad que se manifiesta en el tradicionalismo. 

La fuente del triunfo liberal en Latinoamérica se encuentra, pues, en el triunfo de la ciudad contra el campo. Triunfo que ―paradójicamente― definirá con mucho el carácter antiliberal de nuestras respectivas burguesías. A lo largo del presente siglo la actividad liberal se ha centrado en una lucha intensa consistente ésta tanto en la defensa del Estado de derecho como en la democratización de nuestras sociedades. Los movimientos y acciones encaminados hacia la defensa de las libertades públicas, de resistencia política y de oposición a las violentas dictaduras en Latinoamérica obligan al establecimiento de una valorización critica sobre el importante papel que ha jugado el liberalismo en nuestras respectivas realidades sociales. 

Como motiva también al establecimiento de toda una refundamentación permanente del propio liberalismo, en particular en estos tiempos en los que al parecer los presupuestos del individualismo que sustenta una economía que todo lo engloba y resuelve a través del mercado, tienden a reducir la democracia liberal a un simple juego de retóricas que para lo que sirven es solamente de nuevo marco de legitimidad de la tecnocracia neoliberal.

Surgimiento de la Socialdemocracia Contemporánea

Después de la guerra, el movimiento socialdemócrata emergió muy debilitado, no obstante ello, el anticomunismo intransigente de sus líderes sobrevivientes en Europa, impidió la unidad de las fuerzas de izquierda en los momentos siguientes a la derrota del fascismo, cuando la situación revolucionaria existente habría claras posibilidades a una transformación general de la estructura capitalista europea. El socialismo real, pudo solo ampliarse a los países del centro y este de Europa y a China, Corea y Viert-Nam del Norte en Asia.

Seis años después de finalizada la guerra, en 1951, tras numerosas reuniones organizativas previas, se celebra el I Congreso de la Socialdemocracia contemporánea, en Frankfurt, República Federal Alemana, donde quedó estructurada la Internacional Socialista.

Con la asistencia de 100 delegados representando 34 partidos, el Congreso acordó “fortalecer las relaciones entre los partidos afiliados y coordinar sus actitudes políticas por “concensus”,no por centralismo democrático”. Aprobó la “Declaración de Frankdurt”, base programática de la SD que ha regido por más de tres décadas su posición política, económica y social. Si bien condena la explotación capitalista, reconoce que este régimen ha experimentado tal transformación en el orden social que se encuentra a medio camino del socialismo y no es necesaria la revolución social.

En la Declaración de Frankfourt, la SD, subraya su objetivo de luchar por la paz y en este sentido hace formal reconocimiento de la necesidad de “la defensa militar de los países democráticos contra los designios expansionistas del comunismo”, justificando así la política de “guerra fría” del imperialismo, la creación de la OTAN y el ataque a Corea.

La proyección hacia América Latina

La SD desde su constitución, en 1951, centró su atención política en el área de Europa Occidental. Su proyección era fundamentalmente eurocentrista y en este marco expresó su apoyo a la unidad de Europa representada por el Mercado Común Europeo, y a la OTAN como mecanismo de defensa del “mundo libre” europeo.


Es a partir del XIII Congreso, celebrado en 1976, que la Internacional Socialista abandona su exclusivismo eurocentrista y comienza a preocuparse más por los problemas del llamado Tercer Mundo, principalmente por América Latina. Su proyección tercermundista y latinoamericanista se expresó en esta ocasión en la elección de Anselmo Sule, de Chile y Daniel Oduber de Costa Rica, para integrar dos de las vicepresidencias de la Organización. Además, se hicieron pronunciamientos a favor de una reestructuración del orden económico internacional a favor del Tercer Mundo y se tomaron acuerdos para intensificar la lucha por los derechos humanos en Nicaragua, Guatemala, Haití y República Dominicana, entre otros.


La expansión del ideal socialdemócrata hacia América Latina tiene los siguientes fundamentos: esta es el área de mayor desarrollo económico y social, en términos relativos, dentro del Tercer Mundo y también es aquí donde los sistemas políticos, estructuras sociales y tradiciones culturales, están más próximos a los de Europa Occidental. En sus aspiraciones políticas hacia el área, la Socialdemocracia se presenta como una alternativa entre los regímenes oligárquicos y antipopulares apoyados por Washington y el sistema socialista, cuya influencia se agigantaba por la trascendencia del ejemplo cubano hacia el continente. En 1977, el Buró de la IS crea el grupo de trabajo para América Latina, transformado en 1980 en el  Comité Latinoamericano de la Internacional Socialista (SILAC) y el grupo de trabajo para las  relaciones Norte-Sur.

Después del XIII Congreso, la IS mantuvo en los sucesivos congresos su apoyo a los procesos  democráticos y de liberación en el área, muy especialmente al Frente Sandinista de Nicaragua.  También a la lucha del pueblo salvadoreño, a la aspiración de Puerto Rico a la independencia frente  a EE.UU., y al pueblo chileno en su decisión de liquidar la dictadura fascista que derrocó el gobierno  democrático de Salvador Allende.

El reiterado reconocimiento de la autenticidad y del carácter autóctono el proceso revolucionario latinoamericano es un apoyo global al mismo y un enfrentamiento, aunque tibio e indirecto de la IS a la política reaccionaria de EE.UU.  También el haber señalado como causales de ese proceso las condiciones económicas y sociopolíticas internas de la región, es una referencia implícita a la dañina subordinación de estos países al poderoso vecino del Norte.  Ya de forma explícita, aunque poco enérgica, la IS ha llegado a responsabilizar a EE.UU. del agravamiento de la situación económica, social y política en América Latina.

El apoyo a las gestiones del Grupo de Contadora; las críticas a la OEA  por su inacción ante las violaciones a los derechos humanos y a la democracia; sus demandas de respeto al derecho de  autodeterminación y a la no injerencia en los asuntos internos de los países, son planteamientos acertados de la IS para América Latina. La proyección de la Socialdemocracia hacia América Latina se ha caracterizado, a lo largo de estos años, por la solidaridad hacia la lucha revolucionaria por la democracia y la liberación nacional. Consecuente con esta proyección latinoamericanista es el resultado del  XVIII Congreso de las IS  celebrado en 1989, donde fueron elegidos 29 vicepresidentes, entre ellos cinco latinoamericanos: 

Leonel Brizola, de Brasil; Mikel Manley, de Jamaica; Carlos Andrés Pérez, de Venezuela; Daniel Oduber, de Costa Rica; Guillermo Hungo, de El Salvador; José Francisco Peña Gómez, de Santo Domingo; y Anselmo Sule, de Chile.  Además fue elegido Secretario de la IS, Luis Ayala, de Chile.   

Estas promociones son muestras de la importancia que América Latina ha cobrado para la SD contemporánea, política que ha mantenido hasta nuestros días. No obstante, en la década de 1990, se ha reforzado el interés de la SD hacia el Viejo Continente  como consecuencia de los cambios ocurridos en Europa del Este con el desmantelamiento del "Socialismo Real" y ampliarse el campo de batallas políticas para la SD hacia los antiguos países del campo socialista.


El socialcristianismo 


El socialcristianismo es una corriente nacida en el siglo XIX, integrada por numerosos autores y activistas sociales guiados e inspirados por la ética y el mensaje del cristianismo. En sus orígenes destacan importantes aportes sociales y económicos que tuvieron como principal contra-referente al liberalismo y las filosofías individualistas, así como las ideas materialistas, de gran influencia a lo largo de un siglo que escandalizaba por la creciente pauperización de las clases trabajadoras. Justamente la lectura crítica al liberalismo, sobre todo en su vertiente económica, tiene numerosos antecedentes que contribuirían finalmente al surgimiento de la primer Encíclica Social, la Rerum Novarum, obra del Papa León XIII en el año 1891.


Destacan en tal sentido, las obras de Philippe Buchez, Federico Ozanán, Lamenais, Frederic Le Play, Mons. Ketteler, Mons. Manning, La Tour du Pin, Toniolo, etc. Estos nombres no implican la inexistencia de una lectura social desde el cristianismo antes del siglo XIX. En los hechos tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento muestran una dimensión social incuestionable, que continúan diversas fuentes a partir del cristianismo primitivo (San Crisóstomo, Basilio, Ambrosio, etc.) y luego durante todo la Edad Media y el Renacimiento. Aún así, en el marco de nuestra serie de “Corrientes del Pensamiento Contemporáneo”, corresponde detenernos en lo que sucede recién sobre el siglo XIX. 

Es así que para Buchez, discípulo de Saint Simon, el cristianismo vendría a inaugurar una etapa histórica destinada a desarrollar los valores de la igualdad, fraternidad y caridad. Su obra tiene dos grandes vertientes: por un lado, puede ser considerado el “padre del cooperativismo francés”, ya que contribuiría al nacimiento de las primeras cooperativas de producción en tierras galas, así como a la elaboración de ciertos principios autogestionarios, aún antes de los Principios de Rochdale, fundantes del moderno cooperativismo. Por otra parte, Buchez tuvo una notoria vinculación con las clases trabajadoras. Dirige durante diez años el periódico “L´Atelier”, “órgano de los intereses morales y materiales de la clase obrera”, con el fin explícito de lograr “su emancipación completa”.

En Alemania, mientras tanto, asoma como particularmente importante la figura de Mons. Ketteler, quien escribiría en 1848 que “la falsa teoría del derecho absoluto de propiedad es un crimen perpetuo contra la naturaleza, porque Dios la ha destinado al alimento o vestido de los hombres”. Años después publica “La cuestión social y el cristianismo”, donde postula la primacía del trabajo sobre el capital, así como la sindicalización para hacer frente a los dramas sociales de la época.






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